Estos días ha salido en los medios de comunicación que
tenemos una nueva Reserva de la Biosfera en España. Esto nos sitúa en segundo
lugar mundial tras Estados Unidos y por delante de Rusia en número de reservas
de la biosfera. En otras categorías de protección de espacios naturales,
también contamos con una clasificación preponderante.
En el caso de Canarias,
tenemos declarado como suelo protegido un cincuenta por ciento del territorio.
Analicemos estos datos: en Estados Unidos viven unos treinta habitantes por
kilómetro cuadrado en los algo más de nueve millones de kilómetros cuadrados.
En Rusia sólo viven nueve habitantes por kilómetro cuadrado en algo más de
diecisiete millones de kilómetros cuadrados. En España vivimos algo más de
ochenta habitantes por kilómetro cuadrado en unos quinientos mil kilómetros
cuadrados. En el caso canario, somos unos trescientos habitantes por kilómetro
cuadrado. En este plano geográfico, los espacios protegidos en las grandes
potencias han sido generalmente territorios vacíos con escasa población.
Generalmente, se protegen elementos biológicos u otros recursos de tipo
natural. En Canarias, sin embargo, los espacios protegidos han de tener muy en
cuenta los aspectos antrópicos, tema olvidado en gran parte en las declaraciones
de protección de Canarias. La naturaleza en Canarias es parte de nuestra
cultura, no lo que queda por dominar, casi una reserva indígena.
En la época en la que se declararon la mayor parte de las
figuras de protección sufríamos una profunda crisis agraria, pujando
fuertemente una sociedad urbana de servicios que quiere asegurar la
conservación de la frágil y singular naturaleza amenazada. Ciertamente,
nuestras islas son un lugar único en el mundo tanto por la diversidad de sus
distintas áreas naturales como por el aspecto volcánico y de aislamiento
insular. Contamos con grandes singularidades biológicas amenazadas e incluso en
peligro de extinción. La expansión de las zonas pobladas de la nueva sociedad
urbana y de servicios ha tenido como contrapunto la mayor preocupación por el
mantenimiento del entorno natural amenazado. Por otra parte, apenas se ha
contado en este periodo reciente con la sociedad rural, que ha quedado apartada
de la toma de decisiones debido a su crisis económica, cultural y social. En el
afán por proteger la mayor cantidad de superficie posible, se llegó al extremo
de darle categoría de protegido a casi la mitad de la superficie de las islas.
Sin embargo, ya antes de la crisis económica mundial que sufrimos se estaba
evidenciando que no se dotaba de recursos económicos, ni materiales, ni humanos
suficientes para garantizar dichos niveles de protección. La actual crisis no
ha hecho más que agravar una situación ya difícil; actualmente es prácticamente
imposible para las administraciones afectadas garantizar una protección
adecuada. Por otra parte, los propietarios de los terrenos sometidos a
protección ambiental no han sido compensados en modo alguno por las nuevas
limitaciones en el uso de sus propiedades. En los momentos actuales, en los que
tanta gente tiene que tirar del campo, nos encontramos con que la protección
limita los usos tradicionales.
Levantar una pared, construir un aljibe o un establo para el
ganado se convierten en tareas imposibles tanto desde los innumerables trámites
burocráticos requeridos por las diversas administraciones como las limitaciones
que impone el crecimiento de plantas de la flora autóctona en los últimos años.
Otro de los problemas que están surgiendo en los espacios protegidos está
relacionado con dicho crecimiento de las vegetación. El abandono sufrido ha
hecho que numerosas especies, tanto autóctonas como introducidas, campen a sus
anchas en zonas anteriormente agrarias. Se da la paradoja de que, debido a las
figuras de protección, sus propietarios no pueden actuar en ellas para
limpiarlas, pero tampoco las administraciones cuentan con medios para reducir
el riesgo de incendios ahora que llega el verano; otras plantas, como almendros
y frutales, no tienen ninguna protección pese a ser un patrimonio que merece la
pena conservar. La protección en Canarias y en la España árida no es declarar
espacios santuarios intocables, como en Kamchatka o en Las Rocosas, sino poner
recursos económicos y humanos al servicio de la conservación. Mantener el medio
ambiente en nuestro territorio requiere naturaleza con muletas económicas que
eviten su degradación; lo contrario son declaraciones bonitas, cantos al sol.
La protección de espacios naturales debe ser algo más que ordenanzas y
reglamentos sobre el papel y sombreados de colores en los mapas. En los tiempos
que corren, es muy importante una modificación del marco legal de dichos
espacios con el fin de que los agricultores y ganaderos puedan hacer uso de
parte de ellos. La declaración voluntarista del cincuenta por ciento es
inviable tanto por las necesidades de nuestra gente de cultivar la tierra como
por la carencia de recursos públicos para mantener dichos espacios con
garantías de verdadera protección ambiental. La existencia en la actualidad de
los recursos naturales canarios se debe a la larga historia de convivencia de
nuestros antepasados con las islas. Debemos acercarnos a nuestra naturaleza, no
hacer cantos al sol desde un punto de vista teórico ni legal. Hemos de mantener
los usos tradicionales en el mundo rural.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 1 de Junio 2013
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