Estamos en la obligación de hacer surcos, de buscar
alternativas que nos permitan armonizar naturaleza y población. En la isla en
la que vivimos, con más de un millón de habitantes, hemos de hacer un gran
esfuerzo por gestionar nuestros recursos naturales. Somos quinientas personas
por kilómetro cuadrado en la isla picuda. Anaga no sólo mantiene un patrimonio
natural importante; dispone también de considerables recursos hídricos y
también de una población muy arraigada a su territorio; una cultura que ha
domesticado laderas y naturaleza, incorporando un patrimonio de plantas
cultivadas de gran importancia: los ñames, las batatas, los viñedos y las papas
son referencia de gran arraigo en Anaga.
En los últimos años, el más grave deterioro de Anaga se ha
producido en sus pobladores. La dura topografía, unida a una emergente cultura
urbana agresiva con las tradiciones locales, la falta de salidas profesionales,
y la llegada tardía de algunas comodidades de la vida urbana (carreteras, agua,
luz…) han hecho perder lo más valioso de este territorio: sus pobladores. Una
nueva ilusión por Anaga es posible: tenemos algunos núcleos en los que se incorporan
jóvenes, con ilusiones y con voluntad de trabajar e identificarse con este
territorio singular.
En el caso de Las Carboneras, sus campos dejan de tener gran
parte de las tierras balutas. Incluso se ha construido una nueva vivienda
recientemente, incrementándose el número de niños en el colegio. Además, toda
una serie de servicios complementarios han mejorado: tienda, bar, iglesia,
consultorio médico. Vivir en Anaga es posible ante las actuales circunstancias.
Son signos muy positivos los cincuenta y cinco niños que tenemos en los
colegios de Taganana, Igueste de San Andrés, Chamorga, Roque Negro y Las
Carboneras, a pesar de que en los años ochenta los niños escolarizados en Anaga
superaban los ciento sesenta. No se debe entender a Anaga sin niños jugando por
sus barrancos o en sus caminos.
Estas líneas quieren hacer un reconocimiento a los maestros
de Anaga que han hecho una labor socio-cultural de animación y de apoyo para
cortar el desarraigo sufrido en este Parque Rural en los últimos años. Es básico
el trabajo realizado por Paco Reyes y el resto de colectivo de maestros, en la
defensa de una Anaga viva. No sólo tenemos que cuidar a la laurisilva y la
fauna local, sino que sigamos teniendo agricultores, ganaderos, y otras
instalaciones complementarias a la vida de cada día. El mercadillo del
agricultor de la Cruz del Carmen puede realizar una gran labor de promoción
exterior y arraigo interior de la población local. Fundamentales son el papel
jugado por las asociaciones de vecinos al frente del movimiento vecinal, o las
obras como la recién inaugurada depuradora de aguas residuales de Las
Carboneras, por parte del Parque Rural.
Entre los aspectos menos agradables de Anaga se nos ha
producido estos días el cierre del bar de don José Cañón en Afur, después de
más de cincuenta años prestando servicio a los vecinos de la comarca, y siendo
faro y guía de los numerosos visitantes locales y extranjeros que han recorrido
este singular territorio. La administración sigue siendo muy lenta y
burocrática en muchos casos, como el comentado anteriormente, en el que el bar
aparece como un negocio al que se le ponen numerosas limitaciones; las hay
incluso para el agricultor que quiera levantar un boquete de una pared que se
caiga, ya que lo cansamos a permisos y papeles. Esto se produce también en
mejoras de viviendas u otras pequeñas obras que no rompen para nada con el
entorno natural. Estas líneas no son sólo de agradecimiento, de apoyo y de
reconocimiento a don José Cañón, que nos deja huérfanos de un punto de auxilio
básico para la comunidad, sino también, de pedirle a nuestras autoridades el
apoyo para nuestros maestros, para que Anaga se rejuvenezca, en armonía con su
naturaleza y con la cultura de los mayores del lugar.
Anaga es posible, no es un mundo marginal, y para ello hay
que vivir social y culturalmente la riqueza natural y cultural del territorio.
Anaga, en una palabra, nos ofrece una calidad de vida integrada en esta
naturaleza; rompamos con la nostalgia hacia un marco urbano que ha creado un
gran espejismo en nuestra sociedad en los últimos años. Por ello, la escuela,
el bar, la iglesia, la tienda, unido con la mejora en las comunicaciones, agua,
luz y médico, pueden generar una Anaga habitable, en la que el hombre y la
naturaleza, sus caminos, sus bosques, y la gestión de las tierras cultivadas,
generen un paisaje y una cultura singular en una mayor armonía entre el hombre
y la naturaleza.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 15 de Junio 2013
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