Es frecuente oír en el lenguaje político y económico la
palabra mágica PIB. El interés social, cultural y ambiental de las cosas y la
naturaleza queremos medirlo y pesarlo en un mundo que confunde valor y precio.
En una sociedad altamente mercantilizada en la que el powerpoint y la pantalla
del ordenador tienen la última palabra, hasta el aire que respiramos se
mercantiliza en ciudades como Tokio, dada los altos niveles de polución
ambiental.
En el mundo rural, lo pequeño, lo local, la experiencia
vivida y sufrida está siendo sustituida por una cultura urbana en la que
subyace el cainismo de la cultura judeo-cristiana. El campo se menosprecia
social y económicamente, y sólo se idealiza para pasear en ese mundo bucólico
de la Arcadia feliz.