Oímos con frecuencia las preguntas: ¿cuándo cambiará la
situación?, ¿cuánto durará la crisis? Parte de las autoridades de la Europa
comunitaria hablan de una crisis estructural. Esto significa para la Europa del
sur que hemos de vivir con la crisis, es decir, con una situación social con
altos índices de pobreza, en la que el trabajo es inalcanzable para un alto
porcentaje de la población. Bajo este modelo sin alternativas posibles, ni tan
siquiera con la traumática emigración, cosa tan habitual en Canarias en sus
quinientos años de historia, la cuestión que se plantea no es menos difícil:
¿emigrar a dónde?
Incluso con una coyuntura internacional favorable que ha favorecido la
actividad turística en las Islas, con más de doce millones de visitantes por
año, aún no hemos tocado fondo, con más de un treinta por ciento de paro y
subiendo.
¿Qué hacer? Tenemos serias limitaciones para generar más
puestos de trabajo con el actual sistema, basado en el consumo de unos diez
litros de petróleo por habitante y día, modelo que nos ha permitido las
anteriores cotas de bienestar, con algunos indicios de derroche en los años
alegres. Lo que ocurre en la actualidad es que el reparto de los recursos en el
planeta está cambiando. Hasta el momento, más del ochenta por ciento del
petróleo y otras materias primas estaba en manos del veinte por ciento de la
población (EE.UU., Japón, UE, Australia, Canadá y unas élites reducidas en
China, India, Brasil, Rusia, Sudáfrica…).
Si tomamos como referencia un recurso tan básico para el
funcionamiento de dicho modelo como es el petróleo, nos encontramos que dichas
élites estaban consumiendo entre cinco y quince litros por habitante y día,
mientras que el resto de la humanidad se quedaba con menos de dos litros por
habitante. Esto incluye los recursos indirectos que nos aporta el petróleo,
como, por ejemplo, energía eléctrica, fertilizantes, transporte, distribución y
conservación de alimentos, sanidad, etcétera.
Este modelo generó también la expansión urbana, no sólo en
los países industriales, sino en el llamado tercer mundo. Más del cincuenta por
ciento de la población del planeta es urbana, con la consiguiente
terciarización de la población. Se trata, por tanto, de un modelo urbano con
escala planetaria, en el que los elementos de la revolución urbana-industrial,
hija del petróleo y del carbón se implantan desde casos como Ciudad de Méjico y
Yakarta.
El siglo XXI tiene que ofrecer alternativas a este
anacrónico modelo basado en el derroche del petróleo. Hay que distribuir los
recursos de otro modo, menos focalizado en la Europa occidental, EE.UU. y
Japón, con nuevos socios que incorporan cada año cincuenta millones de nueva
clase media y que demandan al menos cinco litros de gasolina por habitante y
día.
Si el techo en la producción mundial de petróleo esta en 85
millones de barriles diarios, los actuales incrementos de demanda se resuelven
restándole consumo a los que demandaban más petróleo hasta ahora. Los países
del sur de Europa (los famosos PIGS) somos especialmente dependientes de las
subidas de precio del petróleo. Nos toca hacer más agujeros en el cinto.
En Canarias nos toca mirar para el entorno con otros ojos,
con una cultura más sostenible, con una menor huella ecológica, haciendo un
mejor uso del petróleo. En la situación actual consumimos unos seis litros por
habitante y día, con unos costes de diez millones de dólares al día. También
hemos de leer con otra cultura la educación, el modelo productivo basado en el
derroche de energía y, por supuesto, el medio ambiente. Es posible una sociedad
más solidaria, con menos petróleo y más sabiduría.
La crisis no es sólo de la Europa del sur y de los muchos que
han estado en crisis desde siempre en el tercer mundo. Ahora el reparto es más
equilibrado, incluso en EE.UU. se plantea que los once millones de inmigrantes
indocumentados sin ningún tipo de derechos empiecen a ser reconocidos como que
al menos existen. Aquí tendremos que mirar para los recursos locales con otros
ojos y dejar los rallies y el tuneo de coches para el museo del ayer, como
sueño de la estupidez y del engaño del consumo y el embrutecimiento de una
sociedad embarcada en un espejismo insolidario, con una cultura insostenible
socialmente y sin futuro.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 2 de Febrero 2013
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