Leemos esta semana los datos del paro en Canarias y cuesta
creer que, con la que está cayendo, aquí parece que no haya cambiado nada. En
la historia de Canarias, ante situaciones de crisis, siempre se había
revalorizado el medio rural por razones obvias.
Ahora las Islas que más población pierden y en las que más
se incrementa el paro son precisamente las que disponen de más tierra
cultivable y agua para regar (La Palma y La Gomera). Ahora, que casi todos los
municipios de La Palma y La Gomera han perdido población en los últimos años,
se da el caso de localidades con buenas posibilidades agrarias que han perdido
en diez años más del quince por ciento de la población (Barlovento, Garafía,
San Andrés y Sauces, Tazacorte…). En una situación similar se encuentran
municipios como Hermigua, Agulo y Vallehermoso. Estos datos nos hacen
reflexionar sobre la profunda crisis cultural y social que sufre el sector primario,
y el mayor distanciamiento entre recursos y población, situación que nunca se
había dado en la historia de las Islas.
Nos encontramos en lo que bien analiza el Premio Nobel de
economía 2001, Joseph Stiglitz, profesor de la Universidad de Columbia y asesor
de Bill Clinton: “La globalización parece conspirar contra los valores
tradicionales; los conflictos son reales y en cierta medida inevitables. El
crecimiento económico, incluyendo el inducido por la globalización, dará como
resultado la urbanización, que socava las sociedades rurales tradicionales”.
En Canarias la problemática se incrementa por el fenómeno
del turismo y la inmigración, en la que tanto la política estatal como la local
han potenciado un modelo en torno al monocultivo que ha mirado a un sólo punto
cardinal. La escuela, la universidad y los valores sociales y familiares han
estado también siguiendo el espejismo de la supuesta modernidad y la
globalización. La globalización también impone lo que dicen las multinacionales
del dinero y la distribución de alimentos (aquí importamos más del noventa por
ciento), a las que se unen unas pautas burocráticas redactadas totalmente
alejadas del campo. Leyes urbanas sobre el mundo rural, como leyes de bienestar
animal con pautas del medio continental (incineración de las vacas que mueren
en las Islas en Navarra o Aragón), y otras medidas alejadas de la realidad de
nuestro territorio.
Sufrimos la degradación de todo lo rural en una falsa
modernidad, que siembra pobreza y miseria. Creamos un alejamiento entre cultura
y territorio, ignorando gran parte de la sabiduría popular tan básica en la
gestión del territorio. Damos culto al mercado, que en Canarias es sinónimo de
la gran distribución, y en consecuencia se suministra del exterior (en contadas
ocasiones adquieren productos locales).
Ya Keynes, ante la Gran Depresión en los años treinta, dijo
que el mercado por sí solo no se autorregula, que al sistema capitalista
imperante en ese momento había que ponerle pautas de corrección para crear
empleo y amortiguar tensiones sociales. La globalización carece de rostro
humano.
Aquí seguimos pensando con modelos importados de otros
continentes y otros contextos socioeconómicos; mientras que el paro creció en
un treinta y tres por ciento en el sector primario el pasado año en Canarias,
en un campo envejecido y descapitalizado. La Palma es la isla que más
incrementó el paro en todas las Islas (en torno a un diez por ciento), y además
estamos perdiendo puestos de trabajo en toda Canarias, mientras que nuestros
campos están cubiertos de maleza, o sea combustible para los próximos veranos.
Estamos ante los que ahora llaman los entendidos la
desagrarización del mundo rural. Ahora los muchachos de Hermigua son tan
urbanos como los de Taco. Se han perdido gran parte de los vínculos con la
tierra; los abuelos no son la referencia, sino el Whatsapp y la Play Station.
Una taza de leche y gofio y las isas parecen algo del pasado, de la nostalgia
al mundo aborigen. El trabajo, el esfuerzo, lo pequeño, lo local suenan a
generaciones perdidas.
Importamos alimentos desde el otro lado del planeta con
petróleo a cien dólares el barril; las tierras las tenemos balutas y el agua la
dejamos para las cañas del barranco. La erosión de la cultura rural significa
una pérdida importante de sabiduría, que es fundamental para gestionar el
territorio y crear bienestar en nuestro pueblo.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 9 de Febrero 2013
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