Comenzamos estos surcos, que no deben ser solo de papel,
parafraseando al escritor gallego Álvaro Cunqueiro. Estos días el invierno nos
ha recordado la fuerza de la naturaleza; en lectura de antaño este sería un
buen año, con la piel de las islas mojada desde Lanzarote hasta La Palma. Sin
embargo, lo que oímos en los medios son lamentos en los que el agua, antes tan
demandada por nuestro pueblo, parece un castigo.
Esta es una tierra que ha olvidado su relación con el medio,
desde la pérdida de nuestros cultivos, pasando por la crisis en el pastoreo,
hasta una general desaparición de las antiguas prácticas de conservación de
nuestra naturaleza. No solo hemos perdido los surcos y los campesinos sino todo
conocimiento tradicional del mantenimiento de nateros, gavias, paredes, ribazos
y un largo etcétera.
La crisis agraria es también una crisis de gestión. Todos
los veranos se manifiesta en los incendios; ahora en otoño e invierno en los
problemas que las lluvias causan en las vías de comunicación y poblaciones.
Nadie piensa en nuestros cultivos y los frutos de nuestra tierra, ni mucho
menos en la vida rural que daba estabilidad social y ambiental.
Sufrimos una profunda crisis cultural que ha olvidado a los
hombres y mujeres que con el arado, azadas y sus tradiciones gestionaron esta
tierra. Ésta es una crisis en la gestión del territorio, pero también es la
crisis de los que hacían cercados, limitaban parcelas y vivían comprometidos de
la agricultura y el medio ambiente, con mucho trabajo e ilusión, dibujando con
paredes o surcos en la piel de nuestra tierra.
Ahora ya no hablamos de preparar la sementera con el suelo
mojado por las pasadas lluvias, ya que importamos sin aranceles de terceros
países. Otros países, como Japón y la India, en la reciente Conferencia del
G-20 de Pekín han defendido los aranceles para su producción de arroz. La misma
Unión Europea aplica aranceles significativos a las placas fotovoltaicas y otros
productos industriales chinos. Aquí no valoramos la agricultura desde lo
cultural, pero tampoco desde lo económico. Nuestras leyes dificultan las
labores agrarias, mientras nos alejamos tanto de la historia de las islas como
de cualquier estrategia a largo plazo sobre nuestros recursos. La lluvia
aparece más como un problema que como un bien de gran valor; no solo hacemos un
mal uso de lo que llueve, sino también del agua depurada y de las tierras
baldías.
Nuestras islas están llenas de fragmentados pedazos de
naturaleza supuestamente protegida. Son espacios alejados de los usos
tradicionales, establecidos sin contar con nuestros gestores tradicionales del
campo. Hasta cinco administraciones requieren gestiones para el mero hecho de
levantar una pared o cortar una vinagrera, un cornical o un brezo. Queremos
gestionar una naturaleza sin campesinos, acordándonos más de la opinión del
FMI, el Banco Mundial o las grandes multinacionales de los alimentos. Otros
deciden no solo lo que hacemos con nuestra tierra si no qué ponemos en nuestro
estomago.
La propia Unión Europea reconoce que no se están alcanzando
los objetivos de la biodiversidad y que la PAC no es solo una herramienta para
conseguir alimentos y desarrollo rural, sino también para conseguir
biodiversidad. El mercado no tiene en cuenta los bienes públicos que producen
los agricultores ni tampoco los valores sociales, ambientales y paisajísticos,
según reconoce en la Comisión Europea el holandés Gerben-Jan Gerbrandy.
Necesitamos volver al llamado empirismo acientífico de
nuestros campesinos. En esta época del año tendríamos que hablar de aperos, de
semilla, de barbecho. Este es un año en el que las lluvias de octubre y
noviembre han regado nuestros campos en Barlovento y Sotavento; es por tanto un
año bueno que ofrece posibilidades para la ganadería y las siembras en gran
parte de nuestro territorio.
El campo podría generar un nivel de bienestar para muchos
vecinos de estas islas que en estos momentos lo pasan mal. Sin embargo, los
valores y la cultura dominante se han alejado del surco, de la tierra, del
esfuerzo y de la sementera. La crisis cultural dificulta nuestra salida de la
crisis económica; en lugares como Francia, Madeira o en Holanda, donde sus
campos se labran y se siembran, existe una alternativa más y mayor
aprovechamiento de los recursos.
El campo debe tener quien le escriba, pero también un pueblo que luche por
recuperar parte del pasado que hemos olvidado y que debemos recuperar.
La suerte de nuestros barrancos y laderas, nuestras ciudades
y pueblos, nuestros montes, tiene mucho que ver con recuperar nuestra cultura
rural, rica y empírica que hoy permanece en el olvido.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 29 de Noviembre de 2014
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