El martes 13 de mayo pasado, se declaró
un incendio en las colinas entre San Marcos y San Diego, al sudoeste de
California. El día siguiente, el gobernador Jerry Brown declaró el estado de
emergencia y solicitó apoyo federal ante la virulencia del incendio. Se
desalojaron más de 20.000 personas y más de 5.000 viviendas; el fuego amenazó
también una base militar, una central nuclear y un hospital. Las llamas y el
humo han sido de tal intensidad que afectaron no sólo a las zonas pobladas,
sino que incluso la autopista del Pacífico fue cerrada al tráfico. El país con
más recursos del planeta, el más avanzado tecnológicamente, ha sufrido un
incendio con daños en zonas urbanas e infraestructuras muy alejadas del mundo
rural.
En nuestras islas, estamos en grave riesgo
de sufrir una catástrofe similar, teniendo en cuenta el estado actual de la
vegetación. El peligro es mayor en las cinco islas occidentales, desde
Tenteniguada hasta Garafía, sin olvidarnos del norte de Tenerife o de
Tajaniscaba a Tanajara en El Hierro, Enchereda a Guadá en La Gomera.
Ahora asocian el incendio de California
al cambio climático; lo relacionan con la sequía, con unas precipitaciones este
año en el 50% de la media, asociado a vientos y temperaturas (de más de 30º
centígrados) y con una humedad inferior al 30%, condiciones nada habituales en
el mes de mayo en California. Aquí, en Canarias, cuando nos llega el llamado
tiempo sur o de sudeste, sufrimos condiciones atmosféricas similares, los
llamados tres treinta. Sin embargo, a California favorece su situación
geográfica, ya que está situada 1.000 kilómetros más al norte. El 19 de mayo se
logró controlar el incendio, más por la entrada de aire húmedo del norte, con
bajada de temperatura y de la velocidad del viento, que por mérito de los equipos
técnicos. Éstos, aunque superaron más de 1.000 bomberos y un potente equipo
aéreo, se vieron desbordados ante el avance del fuego hacia las zonas pobladas.
La prevención parece ser una asignatura
pendiente, tanto en Canarias como en California. Esto se agrava en las Islas
por la ruptura con el mundo rural. En circunstancias económicas como las
actuales, continua el deterioro en el ámbito rural. Ya no existen los miles de
agricultores que antes labraban más de 60.000 hectáreas para sembrar cereales o
legumbres, atendían una importante superficie de higueras, almendros, tuneras o
vid, por no hablar de la ganadería intensiva, con pastores a lo largo y ancho
de nuestras tierras. Entre cabras, ovejas y ganado vacuno se retiraba de la
superficie de las Islas más de 2.000 toneladas al día de vegetación.
Sufrimos una peligrosa desagrarización
del entorno de nuestros pueblos, pero es más grave la pérdida irreversible de
la cultura de nuestros padres y abuelos. Antes el entorno de las viviendas en
el mes de mayo estaba limpio de maleza y se sabían mantener los campos y zonas
boscosas, las tierras, los establos y el resto del mundo rural.
El pastoreo tiene en Canarias más de
2.000 años de historia, conviviendo con nuestra rica naturaleza. Las tederas,
uno de los mejores pastos disponibles, ahora son combustible, cuando antes las
disputábamos para preparar forraje para el próximo invierno. Los escasos
pastores que aún quedan en las Islas son además, en muchos casos, maltratados
por la propia Administración, con una serie de leyes que limitan los usos
tradicionales, desde la construcción de establos a los aspectos sanitarios
sobre el uso de la leche, el queso o el sacrificio de los animales. Existen
rarísimas excepciones, como ocurre en las cumbres de Gran Canaria con la
ganadería trashumante.
Debemos cambiar nuestras referencias
culturales, dignificando el trabajo en el campo. Tenemos que apoyar las
actividades agrícola y ganadera social y culturalmente, pero también
económicamente. Desde la formación profesional, el colegio, la universidad, la
familia, la Administración y los medios de comunicación, se ha de dar un giro
de 180 grados para incorporar ilusión y compromiso con el mundo rural. El campo
es mucho más que una cuestión de déficit y PIB.
Tanto en California como aquí, la
seguridad en las zonas urbanas tiene mucho que ver con lo que ocurre en el
mundo rural. Gran parte de la población en el interior de las Islas sufre grave
riesgo en verano por la falta de agricultores y ganaderos. Nos falta una
cultura más respetuosa hacia el medio ambiente. No es posible compartimentar la
naturaleza, separarla de la actividad humana.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN
GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 25 de Mayo de 2014
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