Hemos tenido estos días la primera
entrada de tiempo sur en las Islas y se pone de manifiesto una vez más el
riesgo de incendio sobre todo en las tierras hasta hace unos años cultivadas y
en estos momentos cubiertas de maleza, situación que agrava los riesgos en las
zonas pobladas en el disperso asentamiento en el interior de las Islas. Esta
situación no es nueva pero este año se ha agravado por el húmedo invierno que
hemos tenido y como consecuencia ha favorecido el desarrollo de una potente
vegetación no solo en el barlovento de las Islas sino también en el sotavento.
Hemos de destacar que el deterioro que sufre la actividad agraria en nuestro
territorio genera problemas serios de seguridad ya que en los últimos 40 años
sufrimos un deterioro permanente en la pérdida de campesinos y una reducción
tanto de la actividad agrícola como ganadera en la piel de las Islas. Por lo
tanto, estamos al final de un periodo y, lo que es peor, no parece hayamos
tocado fondo porque todos opinamos que con la actual situación económica el
campo se recuperaría; sin embargo, los hechos ponen de manifiesto que apenas
vemos algo más de tierras labradas y en contadas ocasiones encontramos jóvenes
que se incorporen a la actividad primaria.
Hagamos una valoración de lo que ocurre
en nuestro territorio. Así, por ejemplo en la década de los cincuenta, no sólo
teníamos cultivada la mayor parte de nuestras tierras con un importante uso del
suelo bien para pastos o para frutales con más de 100.000 hectáreas de tierras
labradas; es decir, el campo tenía una actividad intensa en su uso y gestión;
sin embargo, en estos momentos hemos declarado algo más del 50% del territorio
como protegido, protegido, por supuesto, en el papel y sin partidas económicas
correspondientes para su gestión ni capacidad por parte de la Administración
para adquirir bien sea comprando o arrendando gran parte de este suelo que es
propiedad privada. Por lo tanto, la declaración de protección es más un tema
teórico que un hecho real bien sea agrícola, ganadero o de actividades
agroforestales.
Por otra parte, las importaciones de
carnes y derivados lácteos, unidas a otra serie de productos de los que nos
alimentábamos hasta hace cuatro décadas, han empeorado con problemas serios la
rentabilidad del sector primario en las Islas. El crecimiento de los lobbies
importadores y la presión sobre el suelo para urbanizar han puesto el resto en
el ya conocido deterioro de la actividad agraria en nuestro territorio, en la
que, por supuesto, la degradación cultural del mundo rural se ha asociado al
pasado, al atraso, a la miseria…, y en la que se ha asociado el progreso a lo
urbano, en la que la presión de los valores consumistas con una potenciación de
los recursos económicos asociados a la construcción y el turismo, ante el
espejismo de una sociedad de consumo, pone el resto.
Es parte del modelo que ha dado lugar a
la actual crisis y a la falta de estímulos económicos y culturales, unida a
unas barreras ambientales de protección de la supuesta naturaleza sin
campesinos y con la devaluación de todo lo que ha significado cultura y
esfuerzo en el mundo rural. No olvidamos que las leyes ambientales, de calidad
de los alimentos, de sanidad ambiental y vegetal han sido hechas en la ciudad,
unidas a la gran burocracia de papeles, y ello hace más difícil la actividad
agraria tradicional a nuestra gente, donde criar un cochino, un gallo o un
becerro requiere un papeleo similar a una granja en la cuenca del Rin, sin
dejar de lado las rígidas leyes que se están aplicando (Ley de Bienestar
Animal, limitaciones sanitarias, ruptura de usos tradicionales sobre los
establos, sacrificio de un cerdo como tanto otro…). Y es que a todo ello se
suman las limitaciones que nos impone la naturaleza en Canarias, por
topografía, falta de lluvia, escasez de suelos…; es decir, el agricultor y el
ganadero se han encontrado con unas barreras muy pesadas para desarrollar su
actividad. Cambios culturales y económicos son sin duda de los mayores
adversarios que tiene el mundo rural. Hemos dado un salto de una sociedad eminentemente
rural, en la que los rebaños de cabras entraban en Santa Cruz de Tenerife y en
la ciudad de Las Palmas hasta los años setenta, ordeñando en la puerta de las
casas, a un marco económico en el que estamos importando forraje incluso para
la ganadería en lugares tan apartados como Garafía, El Tanque o Antigua; es
decir, la actual cabaña ganadera no sólo se ha reducido en número sino que
ahora es claramente dependiente, puesto que apenas tenemos pastores que cuiden
su rebaño sobre la piel de las Islas.
Tenemos unos datos que son muy expresivos
de una crisis agrario-ambiental sobre un territorio canario. Valgan como
referencia los siguientes datos. Aún en la década de los cincuenta, labrábamos
más de 60.000 hectáreas de cereal y leguminosa; en la actualidad, 1.500
hectáreas. Pero es más: pastábamos con más de 300.000 cabras y ovejas, y una
cifra muy importante de vacunos y mulos y asnos. No olvidemos que una cabra
demanda al menos cinco kilos de hierba al día y una vaca entre 20 y 30; es
decir, esta ganadería le retiraba a la piel de las Islas más de 4.500 toneladas
de pasto diario, ahora combustible. La lectura que hacemos en esta fecha de
mayo es que los riesgos para el verano tienen que ver mucho con la profunda
crisis agraria que vivimos en Canarias; es decir, la lucha contra el fuego es
un trabajo más del invierno que del verano en nuestras medianías.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN
GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 18 de Mayo de 2014
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