Se acaban de publicar las plazas vacantes en la Formación
Profesional en Canarias y parece preocupante la propuesta de plazas disponibles
por titulaciones. Las plazas disponibles relacionadas con agricultura y
ganadería, así como las destinadas al sector turístico, son minoría. El
problema no es sólo responsabilidad de la Consejería de Educación; somos todos,
es la sociedad canaria en su conjunto la que ha generado unos valores y unas
expectativas que perjudican la formación y por tanto las actividades del sector
primario e incluso del turismo.
Son un total de 35.000 jóvenes los que están obteniendo
titulación en Formación Profesional, y de ellos alcanzan las actividades del
sector primario menos de un millar de alumnos, distribuidos en poco más de una
docena de centros en todo el Archipiélago. En Canarias estudian en total unos
300.000 niños y jóvenes. Los niveles de fracaso escolar o la valoración de la
educación por el informe Pisa no nos dejan nada bien. Está claro que
necesitamos cambios culturales y sociales; también el sistema educativo ha de
dar un giro de muchos grados. Además de la escuela propiamente dicha, la
cultura familiar y la escuela de la vida fueron la referencia de muchos de
nosotros, en unos tiempos en que la escuela estaba asociada a las letras y los
números, y el resto de aprendizaje social y laboral partía de la familia. El
trabajo era una obligación, pero también era un aprendizaje que nos orientaba
en muchos casos profesionalmente. El sistema educativo y formativo tiene que
incorporar nuevos valores como elemento básico para optimizar recursos humanos,
naturales y medioambientales, así como las demandas sociales de nuestro pueblo.
Se ha demostrado que el modelo del ladrillo no es una
alternativa de futuro. Tenemos que revalorizar todos nuestros recursos: el
sistema educativo, la agricultura, el medio ambiente, el turismo y otras
actividades complementarias de tipo local han de ser tenidas en cuenta; es
básica la vinculación entre educación y trabajo. Lo local, lo pequeño ha de
entrar en nuestro sistema educativo. Como bien dice el premio Nobel Joseph
Stiglitz, la globalización aumenta las desigualdades. El actual sistema
educativo está alejando a nuestros jóvenes del entorno, de una geografía local
y próxima, que hemos de revalorizar. El ayer no debe ser sinónimo de lastre y de
miseria, sino camino de una sociedad más sostenible y solidaria, incorporando a
nuestra cultura todas las mejoras tecnológicas que podamos.
El mañana reclama otra escuela que esté relacionada con el
ayer. Necesitamos reflexionar profundamente sobre nuestro modelo de sociedad,
sobre la organización y administración de nuestros recursos. No pueden convivir
demandas consumistas urbanas, industriales y energéticas a los niveles de
Holanda o California con nuestros usos tradicionales en la producción de alimentos
(agricultura y ganadería en las medianías, cuidado de nuestros montes…).
Tenemos que cambiar nuestras mentes, sembrar sueños e ilusiones en una vida y
en unos caminos más solidarios ambiental y socialmente. Tener un puesto de
trabajo, cuidar la alimentación y la dignificación personal son algo más que
pura economía.
La formación en hostelería, los huertos escolares o
familiares y la relación entre la escuela y el medio han de acercar cultura y
trabajo, que han estado tan distanciados en los últimos años. Hemos roto la
relación entre campo y escuela, fracturando incluso la relación de los niños
con el entorno geográfico. Las diferencia entre los niños urbanos y los del
mundo rural en cuanto a conocimiento y manejo del entorno lamentablemente dista
poco ahora; nos hemos empobrecido todos al perder una cultura de gran arraigo,
tan valiosamente conservada por los campesinos y hoy en crisis.
La escuela en una sociedad con el 30% de paro no puede ni
debe seguir los moldes que hemos mantenido en los últimos 40 años. La escuela
tiene que ver con los tiempos y con el entorno. Por otro lado, los niños y los
jóvenes han de ser objetos activos en el entorno social y familiar; los
indicadores del informe Pisa o el aparente abandono escolar del 23% son
referencias que hemos de tener presentes. También hay otras reflexiones que
hemos de hacer, como son el paro y la marginación de muchos de nuestros jóvenes
en el medio rural, donde han dejado de ser útiles y capaces para sembrar
alternativas a la crisis. En La Palma, un alto porcentaje de sus 11.000 parados
tiene estudios secundarios, mientras que el centro de formación profesional
agraria insular apenas tiene alumnos. Es paradójico que la Isla con más agua y
tierras para cultivar pierda población. Está claro que la crisis económica es
también cultural, demográfica y social, sobre todo cuando se plantean construir
bancos de alimentos para suplir las carencias que tiene esta población
desocupada y desorientada en el territorio palmero. La Formación Profesional y
la escuela han de mirar hacia dentro para dignificar una cultura, un territorio
y optimizar el recursos más importante que tiene un pueblo, que es su gente. La
escuela y el campo tienen mucho que decir.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 27 de Abril de 2014
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