Hemos analizado los datos de la superficie cultivada y la
participación de los agricultores en el mundo rural canario y, queriendo ser
optimistas, la realidad de nuestro paisaje agrario pone de manifiesto que en la
llamada crisis económica la huida del campo continua, a pesar de la actual
situación. En un recorrido de Lanzarote a La Palma, las referencias del campo
no son nada optimistas, pero es más: si vemos lo que ocurre con la superficie
cultivada en papas, aguacates, hortalizas, viñas, tomates, plátanos, flores…,
todos los datos nos presentan retrocesos en cultivos y solo aparecen con
tímidos incrementos las papas, los aguacates y las hortalizas. Es más, en el
caso de los plátanos, el cultivo más mimado que tenemos en Canarias, Juan Nuez
nos presenta una pérdida de más de 100 agricultores al aire libre en un solo
año, con retroceso significativo en los últimos años, lo que ha supuesto una
reducción del 20% en una década.
Creemos, y hay razones de peso, para entender que el campo
tiene posibilidades, no solo en generar puestos de trabajo, en producir
alimentos frescos para nuestra población y por supuesto para generar una mayor
estabilidad demográfica en el interior de las Islas. Si a esto añadimos los
altos índices de paro que tenemos en Canarias, está más que claro que el campo
puede generar puestos de trabajo y estabilidad social. En este marco, la
problemática en la comercialización y distribución de los productos del campo,
las importaciones y los sistemas dumping y la devaluación en el sistema educativo
y formativo de toda la actividad agraria, a lo que hemos de añadir una
burocracia cargada de leyes inoperantes en las que la supuesta protección
ambiental hace que numerosos campos estén cubiertos de malezas y matorrales,
alejados de la demanda de nuestros ganaderos y de las necesidades ambientales
para luchar contra el fuego en los veranos, ponen de manifiesto que la
actividad agroganadera necesita un nuevo marco legal, sencillo, claro y unas
relaciones diferentes de acercamiento del campo a los grandes centros de
distribución de alimentos, en el que las actuales barreras formales o
impuestas, como el REA, dejen de subvencionar productos que podemos conseguir
en esta tierra, con otro marco formal de comercialización y defensa de lo
nuestro, y que, por supuesto, siembre haya ilusión y garantía para que nuestros
jóvenes se incorporen al sector primario.
Entremos en materia. Lo que aún queda de nuestro campo
sobrevive con personal en muchos casos de la llamada tercera edad. No se han
creado condiciones para que nuestros jóvenes se incorporen al sector. De esta
manera, por ejemplo, en el mimado sector platanero, con más de 140 millones de
euros aportados por la Unión Europea, no se ha destinado un céntimo de euro
para los jóvenes que se quieran incorporar al sector con una cuota mínima del
llamado histórico, para animarlos y garantizarles una estabilidad social, ni se
ha puesto un céntimo para mantener los cultivos al aire libre. En el caso de la
ganadería, las barreras que tenemos en estos momentos para legalizar una granja
o para construir unas instalaciones adecuadas, y no digamos de las
importaciones de terceros países con ayudas del REA, hacen que nuestros
muchachos, aunque quieran comenzar con una actividad ganadera, tengan enormes
dificultades, incluso con los aspectos sanitarios de los supuestos
contaminantes de los purines en el subsuelo o la proximidad de la ganadería a
núcleos de población, con una teoría de polígonos ganaderos totalmente
inoperantes o con aspectos de la Ley de Bienestar Animal que ha hecho que
entren en crisis numerosas granjas de las existentes en Canarias.
Querido lector, queremos sembrar optimismo porque hay
razones para pensar que se pueden producir cambios en positivo, cambios que
tienen que originarse en las mentalidades y con una cobertura económica que dé
un mínimo de estabilidad a los que quieran incorporarse al campo (leyes de
arrendamiento con al menos cinco años, penalización de fincas abandonadas y
garantías de unos precios mínimos para las producciones locales…), con créditos
para los jóvenes y menos jóvenes, con leyes que sean sencillas y claras, y no
con lo que hay hoy en día de burocracia y papeles, donde la ventana única
funcione de verdad, que permita los usos tradicionales en el medio rural y con
un marco que posibilite que nuestros jóvenes dejen de ver el campo con esa
lectura pesimista y negativa, superando los viejos eslóganes despectivos hacia
el campo, la agricultura o la ganadería (él que sirve, sirve, y el que no, para
el campo). El campo no debe ser, ni lo ha sido nunca, un refugio de marginales.
El campo es gran parte del presente y futuro, porque, en otras cosas, comemos 2
o 3 veces al día, pero también porque es una cultura y una manera de gestionar
el territorio. Una isla sin campesinos es un portaviones pendiente de
suministro del exterior; es sin duda en este marco en el que entendemos que la
pérdida de superficie cultivada de viñas, de tomates y de tantos otros cultivos
es un problema social y ambiental para toda esta tierra, que los zarzales, el
tojo o los hinojos y tantas otras plantas que crecen sobre antiguos manchones o
tierras de pan sembrar son una hipoteca incluso de seguridad cada verano en
nuestras medianías. Y es más: la dignificación del campo es también sembrar
ilusión y motivación en un pueblo que lucha por el pan con el sudor de su
frente. Por ello, los macrodatos y microdatos de superficie cultivada son
lamentablemente impresentables en una tierra que tiene más del 30 % de su
población en la lista del paro. Otro modelo es necesario y posible para ello.
Tiene que cambiar la mentalidad de todos los que están en la vida política,
como los que están en cada pueblo, morra, chapa o barranco de estas Islas, y
por supuesto que no compartimos los datos de los que nos hablan del PIB y el
campo. El campo es mucho más que fríos datos estadísticos.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 13 de Abril de 2014
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