El mundo rural tiene mucho que ofrecer ante la difícil
situación social que vivimos en las Islas. Los niveles de paro y otros
problemas sociales nos obligan a mirar para nuestro campo como recurso básico,
tanto para aportar alimentos como trabajo y ocupación.
Es difícil permanecer en
silencio ante la situación actual. En un recorrido por los campos de Aguere,
nos queda claro que tenemos un gran potencial en las tierras ociosas. Son
parcelas incluso en el interior de la vega lagunera que cuentan con
posibilidades de riego. Además, tanto hacia Geneto como las zonas de El
Ortigal, Valle de Guerra, Tejina, La Punta, etcétera, tienen una importante
superficie en abandono, lo que llamamos en Tenerife tierras balutas. En una
superficie pequeña, de unos 200 metros cuadrados, podemos producir la
alimentación básica para una familia entre los meses de marzo y octubre. La
reducción de las actividades agrarias y ganaderas sigue siendo importante. La
Laguna es posiblemente el mayor municipio agrícola y ganadero de Canarias, por
lo que hemos de felicitar a todos los que han tenido que ver con esta actividad
para sobrevivir en una cultura poco favorable al sector primario en los últimos
años. En cualquier otro momento de nuestra historia sería inaudito que hubiera
relinchones a cincuenta metros de la plaza de la Junta Suprema como
actualmente. Existen graves problemas de la agricultura en otros puntos de las
Islas; sin embargo, esta situación en un suelo productivo, con agua y de fácil
laboreo, no se puede comparar con lo que ocurre en El Tanque, Garafía o
Hermigua, donde el éxodo rural ha sido norma.
La crisis del campo tiene características mundiales, más del
70% de la población de la Unión Europea es urbana. Sin embargo, que no seamos
capaces de plantar hortalizas o sembrar maíz o frijoles en un suelo fértil, con
agua y de gran capacidad para producir alimentos, es harina de otro costal.
Aquí las fincas están cubiertas de matorrales, cañas o zarzas, que en los
veranos generan alto riesgo de incendio. Estamos en una encrucijada tan vieja
como la historia humana. El hombre ha ido disminuyendo su relación con la
tierra; la urbe y su cultura han avanzado no sólo con cemento y asfalto, sino
que el cambio de mentalidad hacia lo rural, hacia la tierra y el trabajo físico
sea una de las barreras más serias que tenemos en la actualidad. Tierras sin
campesinos, tierras sin surcos, tierras sin sueños, bancos de alimentos junto a
tierras cubiertas de maleza. Jóvenes parados y niños sin alimentar y al tiempo
los campos sin cultivar. ¿Hemos olvidado la revolución neolítica? ¿Hay
alimentos sintéticos que nos proporcionen por el WhatsApp? Hay otros problemas:
los dueños de las tierras siguen en muchos casos con el síndrome del metro
cuadrado y el solar. Más allá de la nostalgia de un ayer que se aleja y de que
en el horizonte parece que la crisis vino para quedarse, hemos de mirar a la
tierra sí o sí. Estamos en la obligación de optimizar todos nuestros recursos,
y aquí tenemos dos recursos básicos: las personas y la tierra. Hemos de actuar
sobre ambos, pero la clave es el primero: la cultura del campo y la cultura
hacia el campo (ahora que hay hasta máster de pastoreo en la Universidad de
Granada). La finca junto a la plaza de la Junta Suprema es un ejemplo de libro
de una crisis agraria y cultural; hay otros casos como Barlovento, Garafía,
Hermigua, incluso la Venezuela bolivariana y los isleños y sus raíces
campesinas. No se puede entender que en uno de los suelos más productivos de
Canarias tengamos incendios en cañaverales y zarzas, cuando es evidente que
pueden producir alimentos básicos para el ganado o bien tierras de cultivo; que
dignifiquen la vida con esfuerzo y trabajo. Tenemos muchos ejemplos en el
municipio de Aguere de alternativas posibles: en la zona de San Lázaro y Camino
de la Villa se sembraban en los años ochenta más de ciento cincuenta quintales
de papas, unas doce fanegadas. Este año es posible que no tengamos sembrados
treinta sacos; alegan los campesinos de la zona que no tienen semilla o que
está cara, o que la pérdida de las cosechas del pasado año les ha dejado sin
semilla, quedando los sembrados de la zona en un grupo reducido de ganaderos
entre los que Pedro Molina sigue siendo la referencia en su larga lucha,
resistiendo y defendiendo el futuro. Tenemos que cambiar de mentalidad, y
sustituir los relinchones por pastos, hortalizas, cereales… Hemos de hablar de
un banco de tierras, de un pósito o banco de semillas y abonos, aperos y otros
recursos.
En unas Islas con el 30% de paro no podemos tener más de
100.000 hectáreas de tierras ociosas. Nos toca un reencuentro con el campo, un
retorno a la tierra, sin que ello signifique menosprecio la actividad
turística. La mejora de nuestro entorno y lo que ponemos en la mesa también favorecen
el turismo. No es el regreso a la vida simple y elemental de Gandhi y Rousseau,
ni a los planteamientos de Confucio o a la revolución cultural de Mao. Los
surcos son alimentos, y sueños. Son mucho más que dinero.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 9 de Marzo 2013
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