Estamos dominados por una cultura que solo entiende de
precio, nunca de valor. Todo se mercantiliza, aunque, por suerte, dedicamos
gran parte de nuestro tiempo a actividades que no tienen precio: la amistad, la
solidaridad y un amplio campo de las relaciones humanas no son mercancía ni
cotizan en bolsa. Nuestras vidas no pueden basarse únicamente en términos
macroeconómicos de PIB o en principios económicos de optimización,
rentabilización, globalización, deslocalización; la solución para nuestro
pueblo no puede ser situarnos en costes salariales a la altura de Egipto,
Ecuador, Guatemala o Marruecos.
Las fiestas han sido y son lugares de encuentro social y
cultural. Las dificultades en el día a día, las carencias de nuestra sociedad,
y nuestras tradiciones religiosas han impregnado siempre nuestras celebraciones
con solidaridad y compromiso con los más débiles. En el mundo rural la fiesta
no ha sido solo un lugar de encuentro, sino una manera de dignificar el trabajo
y el esfuerzo; eran lugar de reconocimiento al buen hacer, a la cosecha, y a
los productos del campo. En una sociedad donde la sabiduría popular se
transmitía de padres a hijos, donde lo económico no era lo principal, las
fiestas de los pueblos eran puntos de reconocimiento al mejor agricultor, al
mejor ganadero y a los que tenían un mayor compromiso social.
Ahora en los programas de las fiestas apenas cuenta el mundo
rural. Dominan en las celebraciones el consumismo y el gasto económico,
elementos de cultura de masas y globalización. Lo pequeño, lo local no cuenta y
en consecuencia la fiesta no contribuye a dignificar social y ambientalmente a
los que trabaja la tierra; nos encontramos con una importante pérdida de
valores de la cultura rural en nuestros pueblos. La Crisis, que parece que vino
para quedarse, no anima los brotes verdes de un campo básico en el presente y
futuro de esta tierra.
Contemplar las charcas de Tamaraceite y el barranco de
Tenoya en torno a Teror en Gran Canaria, o los plátanos abandonados en
Barlovento en La Palma, nos pone de manifiesto que la crisis tiene raíces muy
profundas. Las vanas apariencias dominan incluso en las fiestas de pueblo,
donde gran parte de las carrozas van enramadas con productos de importación,
incluso con frutas de lugares muy alejados de Canarias, mientras los frutales
de la localidad están cubiertos de zarzas, cañeras y tártagos. El esfuerzo de
nuestros hombres y mujeres del campo no vale nada, ni tan siquiera para el día
de las fiestas.
En un pueblo como Barlovento en La Palma ha comenzado el
abandono de pequeñas fincas de plátanos, que han dejado de regarse en el último
año. Los actuales precios y la falta de relevo generacional hacen que uno de
los municipios más ricos de agua y tierra de Canarias pierda población,
abandonándose suelos sorribados hace menos de sesenta años para cultivar
plátanos.
A día de hoy, se paga cada kilo de plátanos con 0,40 euros
al agricultor, a la que le debemos incorporar 0,35 euros de ayuda europea. Una
familia vivía con algo más de 20 toneladas de plátano al año, que podían ser
más de 166.000 pesetas al mes; en estos momentos se ha quedado con menos de
7.000 euros anuales por explotación. La situación tiene visos de empeorar, ya
que las multinacionales presionan para bajar más los aranceles; estamos
compitiendo con jornaleros de Centro y Sudamérica que cobran menos de 200
dólares al mes.
Tenemos que entrar y sembrar una cultura de ayer que tiene
que ver mucho con el futuro para evitar que nuestro territorio continúe
perdiendo puestos de trabajo y aumentando la marginación social. Necesitamos un
modelo alternativo para resolver los problemas de Canarias, dando un giro
cultural que involucre la escuela, los medios de comunicación, la familia y
todas las instituciones. Nuestras fiestas son un símbolo, manifestación
cultural de nuestra identidad: es fundamental que las fiestas dignifiquen al
mundo rural y el esfuerzo, el trabajo, que den importancia a la solidaridad en
una sociedad menos mercantil. Las romerías del Pino o del Rosario en Barlovento
y tantas otras fiestas de este territorio han de contribuir a un modelo social
más anclado en nuestro entorno y nuestra realidad, más solidario.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 3 de Agosto de 2014
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