Recientemente tuve la oportunidad de recorrer parte del
valle que el barranco de Santiago ha horadado entre Tamaimo y el Valle de
arriba, en Santiago del Teide. Es un entorno de los más ricos de Tenerife desde
los puntos de vista geológico, histórico y cultural. La bella vega del
barranco, cruzada por una de las carreteras más transitadas de la isla, abunda
en interesantes detalles y espectaculares paisajes. Por desgracia gran parte de
los frutales, almendros, higueras y tuneras están en total abandono e incluso
fincas dedicadas al viñedo están cubiertas de hinojo.
En esta vega se ha creado un paisaje singular en la isla; se
trata de la transición entre las zonas antiguas de los Barrancos de Teno, en la
que destacan los Roques de Guama, Nifa y Arguayo, y las lavas muy recientes que
cubren gran parte del Valle de Santiago. El almendro, las higueras y las viñas
han sido plantados allí sobre suelos muy pobres; sus raíces malviven muchas
veces en unos gramos de tierra entre las lavas casi calientes de una zona de
gran actividad volcánica. Las lavas del Chinyero, último volcán de la isla,
cubrieron gran parte de las tierras de cultivo del pueblo.
A lo largo de la historia los habitantes de este valle han
sufrido otras dificultades además de la dura topografía y las inesperadas
erupciones volcánicas. La carencia de agua ha sido determinante, y no fue hasta
los años 50 del pasado siglo cuando alumbra la primera galería de agua. La
situación de relativo aislamiento y la distancia a los centros urbanos permitió
que el feudalismo en esta zona de Tenerife perdurase durante más tiempo.
Incluso la abolición de los señoríos tras Las Cortes de Cádiz aquí tuvo una
lenta aplicación. Los aspectos geográficos y sociales mantuvieron una situación
de pobreza y miseria hasta que los alumbramientos de agua primero y el turismo
después cambiaron la historia de este municipio.
Es muy triste que gran parte de las tierras sorribadas para
tomates en la zona media y baja hoy estén balutas. También los secanos, donde
aún perviven miles de almendros, higueras y viñas han tenido la misma suerte.
Es difícil explicar a los visitantes de la zona que todos esos antiguos
canteros no se mantienen en absoluto, ni siquiera para limpiar magarzas,
tabaibas, berodes, retamas, etcétera. En un paisaje iluminado en la temprana
primavera por las flores de los almendros, ahora no se recogen, ni siquiera al
borde de la carretera, los higos, las almendras o los tunos.
No se puede entender que dado el número de parados que hay
en la isla y el valor que puede tener esos cultivos como economía
complementaria, estén esas tierras en esas condiciones de penuria y abandono.
Es evidente que el modelo vigente de “todo turismo” nos genera otros problemas
colaterales en una sociedad que se aleja del territorio en el que vive;
necesitamos plantear alternativas a la situación social de Canarias.
Los caseríos continúan ocupados pero apenas vemos
actividades agro-ganaderas que dinamicen y reactiven la economía local. Nuestro
paisaje sufre un deterioro preocupante y, lo que es peor, después de 6 años de
crisis observamos que el deterioro va a más, que los hinojos y las magarzas y
la falta de podas, injertos, continúa lamentablemente avanzando en muchos casos
en unos terrenos que siguen en manos de los descendientes del marquesado.
Este valle singular ha sufrido las mayores transformaciones
de la historia de la isla de Tenerife en poco más de 50 años. La actividad
primero de los regadíos y luego del turismo ha creado un emporio de prosperidad
en una sociedad pobre y mísera. Ha llegado la hora de releer nuestra historia y
nuestra cultura. El ayer no puede ser sinónimo de miseria y atraso: el ayer
también nos ha legado unas almendras y unos higos de una calidad
extraordinaria, biológicos y ecológicos, además de un paisaje bello y rico, y
una cultura en armonía con su entorno.
Nuestra política económica tiene que buscar soluciones a
estos problemas. Hay que priorizar y crear estímulos para los que limpien y
cuiden las parcelas, sean minifundios, parcelarios dispersos o también
latifundio. Hay que penalizar a los propietarios de tierras ocupadas de maleza,
por crear riesgos de incendio y propagadoras de plagas que afectan las parcelas
cercanas, con tasas, impuestos o incluso sanciones.
Otro modelo es posible, el turismo de las zonas demanda
actividades complementarias, paisaje y cultura. Promocionemos los productos de
la tierra, haciéndolos atractivos para los visitantes. Hay que pensar también
en un mercado del agricultor y otras acciones de dignificación del paisaje y la
cultura rural. La ruta del almendro en flor es un punto de partida muy válido
para avanzar, y debe enriquecerse con repostería, restaurantes, etcétera, que
asocien lo local, lo pequeño con los valores de nuestra sociedad actual.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 31 de Agosto de 2014
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