La situación de los cultivos de papas y
tomates en las Islas pone de manifiesto los puntos débiles que tenemos como
pueblo en la gestión de nuestros recursos. Tomemos como referencia la evolución
histórica de dichos cultivos de exportación a las islas británicas.
En las últimas décadas del siglo XIX, la
expansión británica por el mundo, con sus avances en la navegación a vapor, nos
incorporó con un siglo de retraso a la revolución industrial. Los ingleses
implantaron en Canarias nuevos cultivos para cubrir la demanda de los fríos
inviernos europeos: papas, tomates, plátanos. Los puertos canarios cobraron
importancia en el tráfico marítimo del centro del Atlántico, sirviendo a la vez
de parada de aprovisionamiento con carbón y agua. Así, en el año 1902, de los
2.351 barcos que atracaron en el Puerto de La Luz, 1.356 fueron ingleses. Esta
nueva situación económica generó importantes cambios en Canarias, tanto por la
expansión de los cultivos de exportación (papas, tomates y plátanos), así como
por los cambios producidos en unas atrasadas islas a las que llegó
repentinamente la revolución industrial: cemento, pescantes en los puertos,
explosivos, bombas de vapor y petróleo para elevar agua, tuberías, raíles,
medios de transporte más eficientes, nuevos sistemas para riegos, abonos
químicos y otros fertilizantes, semillas, etcétera. Llegan a las islas nuevas
variedades de papas, como King Edward (chineguas), Up to date (autodate), Arran
Banner, Kerr Pink y otras.
Nuevos empresarios con nuevas ideas
implantan en las Islas una situación más acorde con los nuevos tiempos, con
ejemplos como Elder Dempster, Yeoward, Fyffes, Henry Wolfson, etcétera. Se
implanta en las Islas bancos, suministros de carbón, turismo de salud y de
ocio, con el establecimiento de hoteles, periódicos y el resto de actividades
complementarias de una nueva situación económica que generó cambios importantes
en la sociedad canaria. La modernidad en las Islas (agua corriente en las
ciudades, luz eléctrica, etcétera) nos vincula económicamente a Inglaterra y queda
con la Península una relación política debilitada.
Los avances tecnológicos y otros eventos
históricos hicieron que los ingleses fueran perdiendo vínculos con las Islas.
Primero ocurrió con los plátanos, tras la I Guerra Mundial, gracias a la mejora
en las técnicas de transporte marítimo y a la disputa con Alemania sobre la
hegemonía del Atlántico hasta la II Guerra Mundial. La exportación de papas se
mantuvo hasta la entrada en la CEE, en los años setenta, al aplicar aranceles
en Inglaterra a las papas tempranas de Canarias (territorio no comunitario),
mientras que nos seguían suministrando las papas para semilla, incorporando a
las variedades demandadas en Inglaterra, que ya se cultivaban aquí, otras
variedades nuevas. Nos quedaron como variedades principales las nuestras, las
papas de color o bonitas que perviven en nuestras medianías.
Los tomates siguen siendo cultivados para
su exportación al Reino Unido, aunque parece que somos incapaces de mantenerlos
por mala negociación en Bruselas, lo que está beneficiando a otras zonas
productoras, como el sudeste peninsular y Marruecos; el Gobierno central no
cumple los compromisos adquiridos sobre el coste de la insularidad.
Los ingleses continúan teniendo un país
urbano, industrial y comercial, dinámico, manteniendo a la vez sus campos
cultivados. Nuestros campos los sembramos con semillas inglesas o irlandesas, y
somos incapaces de producir tan siquiera el 30% de las papas que demandan las
Islas. Importamos más de 80.000 toneladas, es decir, la producción equivalente
a más de 8.000 hectáreas, con sus correspondientes puestos de trabajo.
Necesitamos otra cultura de campo, pero sobre todo otra política agraria, tanto
hacia las importaciones, muchas en sistema de dumping, como hacia medidas que
penalicen las tierras balutas y creen garantías para los que se incorporen al
campo con unos precios que cubran costes.
La actividad agraria es algo básico aquí
como en Inglaterra, otro campo y otra sociedad son posibles: los británicos ni
tienen mejor clima ni son más trabajadores que nosotros; tanto las papas como
los tomates pueden generar riqueza y bienestar en esta tierra. Está en nuestras
manos hacer otra política agraria protegiendo las producciones locales con
precios y barreras aduaneras y fitosanitarias, así como garantizando unos
ingresos mínimos a los que viven de la tierra.
Hagamos un esfuerzo por mantener la
producción y la exportación de nuestros tomates al mercado inglés y
escandinavo, mercados ganados por muchas generaciones de canarios que han
logrado introducir y mantener parte de nuestra cultura de trabajo y nuestro
paisaje en Europa. Nuestros tomates son parte de nuestra cultura y fruto de
nuestro trabajo, y son también señas de nuestra identidad, símbolo de la áspera
piel de las Islas.
Wladimiro Rodríguez Brito es DOCTOR EN
GEOGRAFÍA
DIARIO DE AVISOS, 14 de Junio de 2014
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